Pero a diferencia de 1985, esta nueva generación contó además con un factor que jugó como una espada de doble filo: la tecnología. Por un lado, la comunicación fluyó de manera rápida y eficaz, y funcionó como voz alternativa a los medios masivos y oficiales. En un país donde las televisoras han caído en el más hondo descrédito, las redes sociales jugaron un papel fundamental. Por el otro, la desinformación: falsas alarmas, catastrofismo, solicitudes repetidas y confusas que lejos de ayudar, entorpecieron las labores de ayuda y rescate. Todo el mundo tenía algo qué decir, aunque fuesen sólo rumores que muchos propagaban como verdades.