Ricardo Arjona promociona una inminente nueva gira por Europa, donde aún puede pasar «inadvertido» este ídolo de masas en América que, en una charla con Efe, rememora sus días previos al estrellato, cuando logró abrir por pura «testarudez» las puertas que reiteradamente le cerraban en las narices.
«(Cuando empecé a tener éxito) me vengué un poco de los portazos. Era muy necio entonces y hubiesen pasado más cosas más pronto si hubiese sido más relaciones públicas. Por eso tuve dificultades para abrir nuevos lugares. No dejo de echar de menos a aquel tipo menos solemne y más burdo, pero, aunque hoy me divierto menos, las cosas resultan regularmente mejor», reconoce.
Sus giras se han convertido de hecho en auténticos mastodontes capaces de agotar el aforo del Madison Square Garden de Nueva York durante varias noches. Falta conquistar el viejo continente y con muy buenas premisas viajará el 2 de mayo a Londres, el 4 a Zúrich (Suiza), el 5 a Milán (Italia), el 10 a Madrid y el 12 a Barcelona.
«Soy consciente de que el español no conoce mucho mi trabajo, salvo algunos, contagiados por la enorme cantidad de latinoamericanos que vinieron aquí», constata Arjona (Jocotenango, Guatemala, 1964).
Se está resarciendo ahora, tras disfrutar como un ciudadano anónimo más unas vacaciones por España junto a su familia, visitando por ejemplo Sevilla en plena Semana Santa, muy cerca de la localidad gaditana de la que era originario uno de sus abuelos.
«Vengo enamorado de esa tierra. Me faltó tiempo para inspirarme más. Se respira arte por todas partes», comenta «emocionado».
A España precisamente se planteó viajar hace unos 30 años, cuando aún no era una estrella, en la transición entre sus días «de calle y noche porteña» en Argentina y su Guatemala natal. «Pero se me acabó la plata, no me llegaba para el boleto y tuve que quedarme en México», recuerda con humor.
Lo que en principio solo iba a ser una escala en su viaje se terminó convirtiendo en un momento decisivo de su carrera, pese a la dureza de los comienzos.
«Era amigo de los tipos más importantes de la televisión y las disqueras en México, pero ninguno de ellos creía en mí más que como mariachi en sus fiestas», afirma.
Las cosas cambiaron gracias a su disco «Animal nocturno» (1993), pero este hubo de permanecer guardado en un cajón durante dos años hasta que por fin un directivo creyó en él.
«Pasé de tocar en un bar y vivir del canje a vender tres millones de copias en un año», destaca Arjona, cuya fama trascendió las fronteras de México con su disco «Historias» (1994), uno de sus mayores hitos profesionales, al que siguió «Si el norte fuera el sur» (1996), el «más arriesgado», en el que rompió la imagen que le habían creado como mero «cantante romántico».
Actualmente presenta «Circo soledad» (2017), el decimoquinto de estudio de su carrera, un trabajo muy ambicioso grabado entre Londres, Nueva York, Miami, Nashville, Guatemala, Los Ángeles y Colombia.
En su traslación al directo, en el que lo acompañan nueve músicos de diferentes nacionalidades, ha convertido sus conciertos en auténticos espectáculos en los que no faltan payasos y equilibristas, todo de la mano del escenógrafo español Luis Pastor, conocido por sus trabajos con otros artistas de renombre como Miguel Bosé o Maná.
«Ese síndrome del cantautor, de que para ser creíble uno tiene que estar jodido, fue algo que se inventaron. Es muy difícil aguantar esa mentira, porque hay mucho cantautor al que le va bien. Mi reto fue pasar del bar al teatro y de allí al estadio y seguir estableciendo lugares íntimos con 25.000 personas enfrente», señala.
Cuesta entender ahora las reticencias de su propia madre a que se labrara una carrera artística. «Le tenía pánico a eso, porque en aquella época de guerra civil en Guatemala yo hacía mucha música protesta; mi madre me quemaba hasta los libros», recuerda risueño.
La saga continúa, pues Adria Arjona, su hija, tiene una prometedora carrera como actriz tras su participación en series de éxito como «Narcos» o superproducciones como la reciente película «Pacific Rim 2».
Arjona, que llegó a trabajar como telegrafista o «cargador de frutas», ha preferido dejar que su hija marque su propio camino. «Fue mesera en Nueva York durante mucho tiempo. Era muy duro, pero sabía que era lo mejor para ella. Estoy tremendamente orgulloso de lo que ha conseguido, porque se lo ha forjado ella solita. Jamás levanté un teléfono para contactarle con nadie», asegura. EFE